Inspirados por la revuelta en Túnez, que culminó con la salida de Ben Alí, las masas egipcias salieron a las calles de el Cairo y Alejandría (y otras ciudades) a exigir la salida de Hosni Mubarak. El dictador egipcio, aliado clave del imperialismo en la zona, llevaba treinta años en el poder, el que asumió tras el asesinato de Sadat. Las masas egipcias, demostrando tesón y unidad, se mantuvieron durante 18 días acampando en la plaza Tahiri. Su principal demanda, la caída del dictador, unificaba a jóvenes – la mayoría del país – y viejos, a izquierdistas y demócratas, a musulmanes y laicos. Utilizaron la táctica correcta, la movilización, la expresión pública, en las calles, la asamblea y la organización vecinal. A los pocos días de iniciada la revuelta cívica, los egipcios se hicieron cargo de obligaciones clave del estado, como la seguridad en los barrios y la limpieza de las calles, dando tal vez sin saberlo los primeros pasos en la constitución de un doble poder: el poder del régimen pro imperialista y el poder del pueblo organizado. La táctica fue correcta, la unidad inquebrantable, pero ahora viene la verdadera prueba para el pueblo egipcio. ¿Qué sigue después de Mubarak?
La rebelión de Egipto es aplaudida en México. Pero solemos anteponer las diferencias culturales con ese país, acaso para justificar que aquí no hemos hecho nada por derrocar la dictadura de la partidocracia. Sin embargo, dejando las formas, somos la misma cosa... Iguales condiciones de explotación, la misma cultura capitalista que infecta y explota a todo el mundo. Rezando de espaldas o de frente es el mismo Dios. El mismo ser humano con sus esperanzas, sufrimientos, odios y amores, con la misma dignidad que da la propia existencia.
Mubarak no iba a dejar el poder en Egipto, había que sacarlo, lo que también debemos hacer con Felipe Calderón en México. El dictador apostó al cansancio del pueblo en una guerra de “baja” o “media” intensidad, como en Oaxaca con Ulises Ruiz; aguanta, le dijeron, para que no se viera que la insurrección es posible, y evitar un efecto dominó en el mundo donde uno a uno caigan los gobiernos fascistas y dictatoriales, pudiendo afectar incluso a los Estados Unidos.
Qué alegría que uno de los países más empobrecidos, Túnez, terminará por tumbar así al imperio yanqui, por todos odiado. Cuando Mubarak percibió que el pueblo egipcio estaba pasando de la resistencia a la ofensiva, comprendió que estaba derrotado y decidió huir. Ahora los egipcios tienen el reto de instalar un gobierno nombrado por ellos, a su manera y sin la intervención de los Estados Unidos, definiendo un nuevo rumbo a su porvenir.
¿Y México? El 2010 pasó sin que nos atreviéramos a alzar la mano. No obstante, las condiciones objetivas para una insurrección continúan, y muchos trasladamos nuestra esperanza al 2012 en sintonía con las profecías mayas: tal vez ese año prenda la rebelión… o acaso para entonces sea tarde.
(Publicado en Con-Ciencia Estudiantil, Feb. 2011)
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